Cazando el Ibex del Himalaya en Pakistán, el techo del mundo.

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Mucho más de lo que vemos y oímos.

Si hay algo que caracteriza a los cazadores es la suerte de poder adentrarnos y descubrir lugares remotos a los que el resto de humanos difícilmente podrán llegar a conocer jamás y mucho menos situar en un mapa, ya sea un pueblo aislado del Cantábrico o un país como el que ocupa nuestro blog de hoy. Esto, nos permite conocer de primera mano los secretos y los bulos que muchas veces esconden destinos que, a priori, teniendo en cuenta lo que vemos y oímos en occidente, nunca visitaríamos.

La falta de conocimiento general y la desinformación a la que los medios nos tienen acostumbrados, hacen que la percepción que tengamos sobre Pakistán sea completamente errónea. Durante nuestra cacería en “la tierra de los puros” -significado literal de Pakistán en urdu y persa- hemos podido comprobar la inexistencia total de conflictos y atrás ha quedado cualquier sensación de hostilidad injustificada.

En su lugar, nos hemos encontrado con gente hospitalaria, risueña, educada, profesional y en su medida, totalmente abiertos al mundo exterior. Colegios mixtos donde niños y niñas comparten aulas y juegan al fútbol a 3.300 metros de altitud, mujeres que salen a la calle a sacarse fotos con los trofeos, la ausencia de preocupación por asuntos políticos absurdos, el respeto absoluto por los cazadores y las ganas de progresar son la realidad más evidente del valle que, durante 7 días, acogió a nuestros protagonistas españoles.

Un país casi libre de Covid-19.

Tratándose del quinto país más poblado del mundo -con 217 millones de personas-, llama la atención que Pakistán tenga una de las incidencias más baja del virus. Los más escépticos pensarán que esto se deba a la falta de control por parte de su administración. Sin embargo, en esta cuestión, Pakistán no tiene nada que envidiar a España, pues las medidas de control impuestas -y es que allí las cosas sí que se imponen- han supuesto que los casos mortales no superen el número de fallecidos que la gripe provoca todos los años en nuestro país.

Pese a que el viaje estaba planeado desde hacía mucho tiempo, la situación de la pandemia obligó a retrasarlo en varias ocasiones. Cuando finalmente decidimos que era momento de poner rumbo hacia allí, bastó con presentar una prueba PCR negativa para poder entrar en el país. Además, es obligatorio descargarse una aplicación en el teléfono en la que te hacen una serie de preguntas para conocer tu historial médico. Una vez allí, los trámites resultaron tremendamente sencillos.

Pakistán: la meca de la caza de montaña.

Haciendo frontera con Irán y Afganistán al oeste, China al norte e India al este, Pakistán es la meca de la caza de montaña. De una belleza sin igual, aquí se juntan los tres sistemas montañosos más imponentes del mundo: Karakórum, Himalaya y las Hindu Kush. Además de agrupar la mayor concentración de picos por encima de los 7.000 metros de altitud, estos territorios albergan una variedad de especies que, desde un punto de vista cinegético, lo hacen aún más interesante.

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La Himalayan Highway: vertiginosos precipicios y puentes colgantes.

Desde Islamabad, es necesario coger un vuelo doméstico a Gilgit que deja a los cazadores relativamente cerca del cazadero -teniendo en cuenta lo que allí son las distancias, claro-. En esta época del año, sin embargo, es fácil que el vuelo sufra retrasos o incluso lo cancelen por el mal tiempo. Son cosas que uno no puede controlar y si suceden, no queda más remedio que sonreír y tomárselo como parte de la aventura. En nuestro caso, a Roberto y a Álvaro les cancelaron su vuelo. Cuando esto ocurre y las cacerías son largas, no suele ser un problema esperar a un segundo vuelo, pero si la cacería es de pocos días, como es el caso, lo ideal es no perder el tiempo. Así pues, la solución pasó por hacerse en coche la famosa Himalayan Highway con sus vertiginosos precipicios y puentes colgantes, un trayecto que duró 14 horas hasta llegar a Gilgit.

Como datos de interés, esta carretera, de 1.200 km e inaugurada en 1980 comparte tramos con la que fue la ruta de la seda, una red de rutas comerciales organizadas a partir del negocio de la seda. Se dice que tardaron unos 20 años en construirla, que se emplearon cerca de 45.000 hombres y que durante su construcción murió una persona por cada kilómetro construido.

En Gilgit, pararon a hacer noche y a descansar ya que el viaje por carretera, llena de agujeros y socavones, había sido muy cansado. Desde allí, los protagonistas de nuestra cacería recorrerían otras 5 horas hasta Sost a la mañana siguiente, donde les esperaba el game scout del gobierno que los acompañaría durante toda la cacería. Desde Sost, aún tendrían otras 4 horas de carril hasta llegar a Zuwudkhoon, donde pararon a hacer noche de nuevo y desde donde, finalmente acometerían el ascenso -ya a pata- de 4 horas hasta el campamento base, una lujosa tenada de piedras con un fantástico sistema de calefacción que dentro marcaba -8°C.

Comienza la cacería: dura aclimatación y condiciones complicadas.

El primer día de caza transcurrió sin demasiadas emociones. La aclimatación estaba siendo más dura de lo esperada. La altitud, por encima de los 4.000 metros y el periodo tan corto de adaptación hacía que tanto Roberto como Álvaro se sintieran mal con dolor de cabeza y nauseas. El frío extremo, con temperaturas por debajo de los -20°C, hacía que el agua se congelara dentro de las mochilas, lo que imposibilitaba la hidratación cada poco rato, algo fundamental a esa altitud y en esas condiciones. Por si fuera poco, la sequedad del ambiente y la falta de hidratación hizo que a ambos se les quemara la garganta. Pese a todo, trataban de mantenerse fuertes a base de pollo al curri con arroz para desayunar, almorzar, merendar y cenar. ¡Hasta soñaban con el pollo al curri con arroz! A pesar del esfuerzo que supuso el primer día de caza, no hubo rastro de los ibex por ningún lado, así que hubo que conformarse con… ¡meterse a dormir en el saco hecho unos zorros!

Segundo día de caza: ascensión épica y primer lance.

Después de una noche entera sin dormir prácticamente nada y el mal cuerpo como consecuencia de la altitud y el frío metido en los huesos, el plan era salir a cazar sobre las 4:00am. Para llegar a donde los guías estaban seguros de que encontrarían los ibex, obligaba a tener que subir por una ladera casi vertical. Hasta ahí todo en orden. Roberto y Álvaro tienen experiencia suficiente y saben que, con ganas, poco a poco se llega a donde haga falta. La cuestión es que lo harían de noche, con un frío horroroso -pese a ir bien equipados- y con un mal cuerpo que no se iba con nada.

Creyendo que con el paseo entrarían en calor, cometieron el error de ir poco abrigados para intentar no sudar y así no coger frío. Resultó ser peor el remedio que la enfermedad. Cuando todavía no llevaban ni media hora de subida, el frío insoportable en las manos les obligaba a parar para hacer fuego con cuatro hierbajos, lo único que uno encuentra a esa altitud. Después de un rato intentándolo, el dolor de las manos no cesaba así que uno de los guías les ofreció meter las manos entre sus ropas. ¡El frío que debían estar pasando para no oponer resistencia! Con las manos algo mejor decidieron retomar la marcha, muy lentamente. El quemazo de la garganta del día anterior hacía que el aire les ardiera la garganta y eso les ralentizaba mucho el paso. Los guías, como leopardos de montaña, iban demasiado rápido e incluso a uno de ellos, el game scout del gobierno, le lanzo una pedrada al cuerpo reprendiéndole por intentar sortear un paso excesivamente peligroso.

Poco a poco el sol se dejaba intuir y al llegar a lo alto de una cresta, a pocos metros por debajo suyo, estaban los ibex. Uno de los guías se dejó ver demasiado y los animales decidieron poner tierra de por medio hasta que, a 465 metros un macho de 8 años, el mejor del grupo, decide pararse. Con la imagen siguiente, sobran las palabras para explicar un desenlace que no pudo ser mejor.

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El turno de Roberto, un lance impecable.

Al día siguiente era el turno de Roberto. Con el tiro del día anterior y el trasiego de gente sacando el ibex de allí, obligaba a cambiar de zona de caza. Los prescouters, con la caída de las temperaturas que se habían producido esa noche, intuían que los ibex se habrían retirado a zonas donde diera el sol. De nuevo y con el cansancio acumulado del día anterior, tocaba salir muy temprano, a pico, para tratar de colocarse en posición antes de que los animales se recogieran.

Tras una entrada espectacular, Roberto, acompañado de un grupo de guías extraordinario, pudo ponerse a 270 metros de dos ibex preciosos. Uno de ellos, claramente mejor que el otro, comía sin tregua como si se lo fueran a quitar. Después de unos minutos buscando un buen apoyo y esperando a que el ibex ofreciera una posición de tiro, Roberto resolvió de manera impecable el lance. A continuación, os dejamos el video.

Concluida la cacería, comienza la gran fiesta.

En el valle de Zuwudkhoon, el hecho de que vengan cazadores procedentes de la otra punta del mundo se percibe como un auténtico honor. Además de aprovechar absolutamente todo el animal para comer, que no es mucho teniendo en cuenta la cantidad de gente que vive en Ispanj -el último pueblo del valle-, aproximadamente el 80% del coste de la cacería va íntegramente destinado a las comunidades locales. A pesar de ser zonas remotas, aisladas por completo del resto del mundo, sus jefes buscan el progreso para que los jóvenes tengan mejores oportunidades de futuro.

Todo esto explica el recibimiento que tuvieron nuestros protagonistas cuando, después de cazar el ibex de Roberto, acudieron con el trofeo a Ispanj. Hordas de gente, incluyendo mujeres y niños, salían de sus casas a recibirles y ofrecerles té a la vez que aprovechaban la ocasión para admirar el trofeo y tomar algunas fotografías. Una vez más, sorprende darse cuenta lo equivocados que estamos en occidente con la percepción que tenemos de estos países. A la hora de la cena, Roberto, Álvaro y el resto de expedición, eran recibidos en casa del jefe del pueblo y otros 50 hombres para celebrar el éxito de la cacería y hacer todos los honores propios. Y si, ¡se juntaron más de 60-70 personas en una misma casa para festejar…allí el covid no ha llegado!

¡Volveremos, Insha’Allah!

 A pesar de la dureza del entorno, en gran medida por la época del año en la que hemos decidido ir, la experiencia en Pakistán ha sido insuperable a todos los niveles. Para cualquier cazador de montaña, el Himalaya supone jugar en otra liga, ofreciendo unos paisajes difícilmente imaginables. Eso, sumado a lo afable de sus pueblos, hace de Pakistán un destino obligado para cualquier cazador apasionado de la montaña.

¡Nosotros, volvemos en diciembre, Insha’Allah! Y tú, deberías animarte.

Un abrazo y buena caza.

Álvaro Mazón (Jr.)

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